Preguntas entre la razón y la fe
La experiencia mística es trascenderse a sí mismo. El medio para alcanzar esta superación del yo es la pasividad activa. ¡Dejar que algo se apodere de uno! Entregarse. Después de una experiencia así sólo se sabe que uno ha experimentado algo. Confrontarse con algo más allá de uno mismo es una necesidad básica del ser humano. Este deseo suele surgir hacia los 40 años y uno se plantea preguntas existenciales: “¿Qué es mi vida? ¿Qué sentido tiene? ¿Qué es lo que importa?”.
Los psicólogos de la religión dicen que esta edad es la de la “conversión”, cuando se considera que la fe constituye un valor espiritual. El ser humano tiene la capacidad de creer porque puede concebir lo contrario de la existencia: la nada. Pero esta experiencia lo vuelve solitario, inseguro y amenazado. Precisamente porque la mente humana es capaz de trascender, necesita seguridad y límites. El hombre cree porque necesita un hogar trascendental. Un cielo. Sus cuatro paredes metafísicas. Llamadas Dios. O razón de ser. O sustancia eterna. El espíritu único. La conciencia pura. Cada ser humano pensante quiere obtener respuestas.
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