lunes, 6 de junio de 2011

Que es la felicidad? Hablar, reír y darnos besos

Hay situaciones en la vida que jamás se olvidan. Algunas de ellas, en mi caso, fueron ciertas clases de facultad. Una de ellas fue el primer día de la asignatura Electricidad y Magnetismo. Lo recuerdo como si fuera ayer. El profesor llegó, cogió una tiza y mientras escribía en la pizarra dijo:

- Hay cuatro fuerzas en la Naturaleza: las nucleares (fuerte y débil), la gravedad y el electromagnetismo. ¿Son las cuatro independientes o son más bien diferentes expresiones de una única Fuerza? – y con toda la seriedad y sin la más leve sonrisa, mirándonos a todos, añadió – No se sabe. Si algún día uno de vosotros puede demostrar esto, tiene el Nobel asegurado. En esta asignatura, hablaremos del electromagnetismo.

Fue la primera vez que vi a un profesor tratarme como un futuro colega más que como un alumno y ese profesor fue siempre receptivo a que le hiciéramos preguntas. Aprendí muchísimas cosas de él. Sobre hacer preguntas os hablaré en nuestra historia de hoy.

Hay preguntas ingenuas, preguntas tediosas, preguntas mal formuladas, preguntas planteadas con una inadecuada autocrítica. Pero toda pregunta es un clamor por entender el mundo. No hay preguntas estúpidas. Los niños listos que tienen curiosidad son un recurso nacional y mundial. Se los debe cuidar, mimar y animar. Pero no basta con el mero ánimo. También se les debe dar las herramientas esenciales para pensar.

Este párrafo anterior es la culminación de un par de páginas del libro, ya citado muchas veces, El mundo y sus demonios. Coincido con Carl Sagan y con Isaac Asimov en que las preguntas de los niños y jóvenes son las más temibles que puede uno recibir. Y, por supuesto, si sus preguntas son las más temibles, sus respuestas llegan a ser de lo más impresionante. Y es que los niños lo ven todo con una óptica mucho más sencilla que la nuestra.

Ya Charles Darwin, en su libro “La expresión de las emociones en el hombre y en los animales” nos explicaba que en cierta ocasión preguntó a un niño de unos cinco años qué era para él ser feliz. Sin pensárselo dos veces, el niño le contestó:

- Hablar, reír y darnos besos.

Una maravillosa respuesta que dejaría a cualquiera fuera de combate, ¿verdad?.

Pues bien, desgraciadamente, de mayores perdemos esa fantástica cualidad de los niños: hacer preguntas. Hemos de intentar no inculcar el miedo a hacer preguntas a nuestros menores ni a nosotros mismos. Pero voy a dejar que os lo explique el maestro Sagan, que lo hace mucho mejor de lo que lo podría hacer yo mismo.

Excepto para los niños (que no saben lo suficiente como para dejar de hacer las preguntas importantes), pocos de nosotros dedicamos mucho tiempo a preguntarnos por qué la naturaleza es como es; de dónde viene el cosmos, o si siempre ha estado allí; si un día el tiempo irá hacia atrás y los efectos precederán a las causas; o si hay límites definitivos a lo que deben saber los humanos. Incluso hay niños, y he conocido algunos, que quieren saber cómo es un agujero negro, cuál es el pedazo más pequeño de materia, por qué recordamos el pasado y no el futuro, y por qué existe un universo.

De vez en cuando tengo la suerte de enseñar en una escuela infantil o elemental. Encuentro muchos niños que son científicos natos, aunque con el asombro muy acusado y el escepticismo muy suave. Son curiosos, tienen vigor intelectual. Se les ocurren preguntas provocadoras y perspicaces. Muestran un entusiasmo enorme. Me hacen preguntas sobre detalles. No han oído hablar nunca de la idea de una “pregunta estúpida”.

Pero cuando hablo con estudiantes de instituto encuentro algo diferente. Memorizan “hechos” pero, en general, han perdido el placer del descubrimiento, de la vida que se oculta tras los hechos. Han perdido gran parte del asombro y adquirido muy poco escepticismo. Les preocupa hacer “preguntas estúpidas”; están dispuestos a aceptar respuestas inadecuadas; no plantean cuestiones de detalle; el aula se llena de miradas de reojo para valorar, segundo a segundo, la aprobación de sus compañeros. Vienen a clase con las preguntas escritas en un trozo de papel, que examinan subrepticiamente en espera de su turno y sin tener en cuenta la discusión que puedan haber planteado sus compañeros en aquel momento.

Ha ocurrido algo entre el primer curso y los cursos superiores, y no es sólo la adolescencia. Yo diría que es en parte la presión de los compañeros contra el que destaca (excepto en deportes); en parte que la sociedad predica la gratificación a corto plazo; en parte la impresión de que la ciencia o las matemáticas no le ayudan a uno a comprarse un coche deportivo; en parte que se espera poco de los estudiantes, y en parte que hay pocas recompensas o modelos para una discusión inteligente sobre ciencia y tecnología … o incluso para aprender porque sí. Los pocos que todavía muestran interés reciben el insulto de “bichos raros”, “repelentes” o “empollones”.

Pero hay algo más: he visto a muchos adultos que se enfadan cuando un niño les plantea preguntas científicas. ¿Por qué la Luna es redonda?, preguntan los niños. ¿Por qué la hierba es verde? ¿Qué es un sueño? ¿Hasta qué profundidad se puede cavar un agujero? ¿Cuándo es el cumpleaños del mundo? ¿Por qué tenemos dedos en los pies? Demasiados padres y maestros contestan con irritación o ridiculización, o pasan rápidamente a otra cosa: “¿Cómo querías que fuera la Luna, cuadrada?” Los niños reconocen en seguida que, por alguna razón, este tipo de preguntas enoja a los adultos. Unas cuantas experiencias más como ésta, y otro niño perdido para la ciencia. No entiendo por qué los adultos simulan saberlo todo ante un niño de seis años. ¿Qué tiene de malo admitir que no sabemos algo? ¿Es tan frágil nuestro orgullo?

Lo que es más, muchas de estas preguntas afectan a aspectos profundos de la ciencia, algunos todavía no resueltos del todo. Por qué la Luna es redonda tiene que ver con el hecho de que la gravedad es una fuerza que tira hacia el centro de cualquier mundo y con lo resistentes que son las rocas. La hierba es verde a causa del pigmento de clorofila, desde luego a todos nos han metido esto en la cabeza, pero ¿por qué tienen clorofila las plantas? Parece una tontería, pues el Sol produce su máxima energía en la parte amarilla y verde del espectro. ¿Por qué las plantas de todo el mundo rechazan la luz del sol en sus longitudes de onda más abundantes? Quizá sea la plasmación de un accidente de la antigua historia de la vida en la Tierra. Pero hay algo que todavía no entendemos sobre por qué la hierba es verde.

Hay mejores respuestas que decirle al niño que hacer preguntas profundas es una especie de pifia social. Si tenemos una idea de la respuesta, podemos intentar explicarla. Aunque el intento sea incompleto, sirve como reafirmación e infunde ánimo. Si no tenemos ni idea de la respuesta, podemos ir a la enciclopedia. Si no tenemos enciclopedia, podemos llevar al niño a la biblioteca. O podríamos decir: “No sé la respuesta. Quizá no la sepa nadie. A lo mejor, cuando seas mayor, lo descubrirás tú.”

- Y puede que te den un Nobel por ello – añadiría yo.

Así que recordad: no hay preguntas estúpidas. La única pregunta estúpida es la que no se hace. Aunque podáis meter la pata, nunca tengáis miedo a preguntar si no sabéis algo. Y tampoco tengáis miedo de que se rían de vosotros por ello: esos que se ríen, ni conocen la respuesta ni se atreven a preguntar. Y si la conocen, poco más aprenderán.

Fuentes:
“El mundo y sus demonios“, Carl Sagan
“Els secrets de la felicitat”, Sebastià Serrano

Tomado de historias de la ciencia el 6 de junio de 2011


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